En el puerto de Acapulco pocos escudriñan las piedras. Sólo de cerca, sin embargo, las rocas del monte o la bahía revelan las marcas que hace cientos de años dejaron en ellas los habitantes de Mesoamérica.
Aunque se trata de monumentos arqueológicos, los petrograbados en esta ciudad son ignorados tanto por acapulqueños y turistas como por proyectos de urbanización, desarrollos hoteleros o asentamientos irregulares que los han arrasado durante décadas, expone el investigador Arturo Talavera, quien junto con el antropólogo Rubén Manzanilla catalogó estos antiguos testimonios en un libro de reciente aparición.
Son 12 los sitios arqueológicos que se reparten en las bahías de Acapulco y Puerto Marqués, así como en las playas de Mozimba y Pie de la Cuesta. Ocho presentan petrograbados y uno pintura rupestre, informan los autores en Las manifestaciones gráfico rupestres en los sitios arqueológicos de Acapulco (INAH/CNCA).
De éstos, sólo uno está abierto al público: Palma Sola, que supera las tres hectáreas y donde se muestran 18 rocas con petrograbados, de figuras antropomorfas, principalmente.
Pero el resto de los vestigios, más o menos accesibles al público en medio de construcciones desordenadas, conjuntos habitacionales, hoteles o restaurantes, difícilmente pueden transformarse en áreas arqueológicas, señala en entrevista Talavera, interesado en divulgar el valor y trascendencia de los petrograbados, que muchos creen han sido cincelados por lancheros para atraer turistas.
En realidad, los diseños sobre piedras de hasta 300 toneladas, donde grupos costeros agrícolas trazaron personajes, fauna terrestre o marina, registros numéricos o mitos, tienen una antigüedad de entre mil 250 y 3 mil años, enfatiza el especialista y recuerda que precisamente en la bahía de Puerto Marqués se encontró una de las cerámicas más tempranas en Mesoamérica, del año 2 mil antes de Cristo.
Por este mismo desconocimiento la destrucción ha sido constante, sin que la delegación del INAH en Guerrero pueda hacer demasiado para frenar los daños.
"Trata de concientizar a los colonos, de proteger estos vestigios. Pero la gente los vandaliza; muchos petrograbados, cuando los fuimos a estudiar, presentaban grafiteo, fundamentalmente con spray y en otros casos rayoneo", detalla el antropólogo físico.
Al deterioro por la acción humana se añade la degradación por clima, pues las rocas están a la intemperie.
En La Sabana, por ejemplo, el único sitio en Acapulco con arquitectura prehispánica —basamentos piramidales— quedan ya pocos vestigios.
Un montículo ceremonial de tierra revestido con lajas de granito y piedras de río, ubicado en el predio que ocupa la Escuela Primaria Emiliano Zapata, en la colonia 5 de mayo, desapareció recientemente.
En el libro de Talavera y Manzanilla, que se acabó de imprimir en abril de 2008, todavía aparece una imagen donde podían apreciarse restos de la estructura.
Sanitario o basurero
Si la posibilidad de crear zonas arqueológicas resulta remota, ante la acelerada expansión de la mancha urbana, sí es factible establecer perímetros reservados, considera el autor.
En la unidad habitacional El Coloso, ejemplifica, estos testimonios permanecen dentro de espacios jardinados, si bien los circundan edificios y vialidades.
Otros petrograbados tienen una suerte distinta.
Algunos se hallan en el área del Hotel Boca Chica, en playa Caletilla, donde las históricas piedras en ocasiones reemplazan el sanitario para algunos paseantes o se usan como basurero.
El hotel, reconoce, ha buscado protegerlos, porque constituyen un atractivo turístico.
En Puerto Marqués, los diseños en peñascos pueden apreciarse en recorridos por lancha que habitantes de la comunidad ofrecen a los visitantes en las proximidades de la playa La Majahua.
Otros, en Punta Diamante, han quedado en áreas jardinadas de las exclusivas unidades habitaciones.
Sitios como el cerro Mozimba resultan difíciles de alcanzar, mientras en La Sabana y Cinco de Mayo se suma, además, el riesgo, porque son asentamientos irregulares, sin la debida seguridad.
No faltan quienes sugieren retirar las piedras de su contexto, pero olvidan que hay unas de gran tonelaje, puntualiza Talavera.
En 1993 Laura Espino, ex directora del Fuerte de San Diego y quien animó el libro de Manzanilla y Talavera, propuso trasladar al museo del recinto los bloques de menor tamaño y hacer réplicas para los mayores.
Pero después hubo cambio de administración, el proyecto no se concretó y el libro también debió interrumpirse, hasta que se retomó en 2000.
El volumen, que enriquece y aporta el trabajo previo de la arqueóloga Martha Cabrera, busca poner en su justo valor eso que, para la mayoría, son únicamente "viles piedras", concluye Talavera.
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