Excelente, excelentísimo artículo.Paul Medrano
La Insignia. México, agosto del 2007.
Paniquear es una deformación de la palabra «pánico». Yo me paniqueo, tú te paniqueas, él se paniquea. Etcétera. Generalmente se usa en tono de burla para dejar en claro que no hay peligro donde el paniqueado asegura que sí lo hay.
Eso sucede mucho en Chilpancingo, capital del estado de Guerrero, en México, donde una gran parte de la población se ha caracterizado por paniquearse. Fundado en 1750, comenzó como un pueblote y al parecer no ha dejado de serlo, porque sus reacciones ante lo desconocido así lo indican.
Con mucha menos narcoactividad que otras ciudades mexicanas como Culiacán, Nuevo Laredo o Monterrey, en la capital mundial del pozole circula actualmente una leyenda urbana que raya en lo peliculesco: la creencia que de que por sus apretadas calles circula un convoy de camionetas negras (de lujo, grandotas, de esas que requieren de varias maniobras para doblar la calle), tripuladas por un grupo de hombres vestidos de negro, más armados que Rambo y más gandules que policía de Ulises Ruiz.
El comando negro (como le han denominado los paniqueados) sale de noche y patrulla callejuelas donde basculea, incluso, hasta a quien haya salido tarde por sus cemitas y atole champurrado.
Según la leyenda, este grupo -una clara evocación a la época de gloria del cine de Mario Almada y Valentín Trujillo, al parecer, las únicas referencias- ha "sembrado el terror en las calles" y "atemorizado a la población". La bicicletera prensa de por acá se ha encargado de mencionar al comando negro de Chilpancingo todos los días y la clase política priista -diezmada oposición en estas tierras- hasta lo ha usado como bandera para hacerse de reflectores, en vista de que nadie los pela en otros asuntos.
Esta historia, que empezó con un rumor, se ha repetido hasta ser confundida con un hecho verdadero. Pero los datos y supuestos encuentros cercanos con el comando negro siempre son contados por terceras personas: me lo contó un amigo de un amigo; me dijo mi comadre que lo vio su cuñado. No hay fuentes directas.
Pero los paniqueados no han impedido que muchos chilpancingueños se deshagan de su antiquísima tradición del jueves pozolero, día en que se saborean algunas copitas de pozole y cazuelotas de mezcal. Tampoco han inhibido las borracheras campales que se organizan en la UAG con motivo de las graduaciones. Las discotecas funcionan como siempre y el burdelbar Vicente Guerrero continúa como si nada. Las zonas aledañas al museo La Avispa y gran parte del encauzamiento del río Huacapa siguen en el gusto del público para estacionarse, abrir un six de cerveza y orinar al aire libre (como lo ha podido comprobar el autor de estas líneas). Otros momentos de pánico en la amada Chilpa son:
1) A finales del siglo pasado, cuando cierto empresario de la ciudad intentó construir lo que sería el edificio más alto de Chilpancingo, los paniqueados respingaron: que el World Trade Chilpo (como se le apodó) se iba a caer ante la constante actividad sísmica de la región; que no tenía permiso de construcción; que cómo era posible que estuviera más alto que la catedral y pretextos de todo tipo quedaron embarrados en el inmueble, el cual, sí se edificó, pero como el propietario no le midió bien el agua a los sus ahorros, sólo quedó en obra negra.
2) Lo mismo sucedió con la apertura de la Comercial Mexicana (mejor conocida como La Comer): varias manifestaciones exigieron a las autoridades que la mentada tienda no se abriera, pues argumentaban que los changarros locales se irían a la quiebra. A casi una década, se han abierto otros dos supermercados de ese tipo y se planea la edificación de otro más; las tiendas locales, por su parte, no se dan abasto ante la creciente población de la capital.
3) Cuando el rumor de la secta La Sangre (aquella que asesinaría a quien en la carretera hiciera el cambio de luces) llegó a la capital, muchos chilpancingueños dejaron sus autos en casa y salieron a pie.
4) La instalación de antenas de telefonía celular ocasionó días y días de protestas ante el "daño irreversible" de esos armatostes. Hoy traen celular hasta los niños de kinder.
5) El año de la primera marcha por el orgullo homosexual, el Opus Dei de la capital guerrerense juró que ante semejante ofensa a Dios nuestro señor, el día del juicio final se iba a adelantar en estas tierras.
En ninguno de los ejemplos antes mencionados ha pasado nada. El World Trade Chilpo sigue en pie (hay una concurrida tienda en el primer piso). La Comer es el punto de reunión de las familias, desplazando al tradicional zócalo. La Sangre no mató ni una mosca. El celular sirve hasta para encargar tortillas y los gays van y vienen como Juanga por su casa.
En efecto, la narcoviolencia ha aumentado considerablemente en Guerrero y en todo el país (248,6 ejecuciones por mes, según la SPP federal). Sin embargo, Chilpancingo no figura entre las urbes guerrerenses con más actividad narquil. Acapulco, Zihuatanejo y la región de la Tierra Caliente encabezan los índices de ejecuciones, decapitados, levantados y balaceras.
De las 8 decapitaciones ocurridas en la entidad guerrerense (contra las 17 de Michoacán), sólo una se produjo en la capital. Es cierto, Guerrero se ubica entre los tres estados con más ejecuciones, con 155 fiambres con la huella del narcotráfico, sólo debajo de Sinaloa (191) y Michoacán (169).
El paniqueo de la raza de Chilpancingo proviene, pues, del sorprendente repunte de lo que se puede considerar como deporte nacional: la ejecución. En 2001 hubo 1.080 muertes de ese tipo, cifra que aumentó año a año y que en 2006 alcanzó los 2.100 homicidios. En lo que va de 2007, emboscadas contra uniformados a plena luz del día, las cacerías de sicarios que secuestran a sus víctimas en sus propias casas para luego abandonar sus cuerpos con tiros de gracia, balaceras a cada momento y en todo lugar, entre otras operaciones del crimen organizado, han dejado unas 1.300 muertes.
La incertidumbre es mala consejera, más en un escenario empapado de narcotráfico. Pero les juro por Dios que me mira, que si cualquier pelado decide venir a vivir a Chilpa, hallará una ciudad más o menos segura aunque, eso sí, llena de pánico.
Los paniqueados de Chilpancingo ahora viven atemorizados con el comando negro. Todos los de esa secta se acuestan temprano y ya no salen ni por el pan. Por lo pronto, el movimiento nocturno de ciudadanos en la ciudad ha disminuido para beneplácito de quienes sí salimos a disfrutarla.
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Juan José Belmonte Torres