El temor es real. Conforme nos internamos entre el caserío de la parte baja de este pueblo, el aire se hace más pétreo y las miradillas se asoman vigilantes por entre las hendiduras de las puertas cerradas, raro en otras condiciones en una población de la Costa Grande, donde no sólo las altas temperaturas sino el calor humano las mantiene durante todo el día abiertas de par en par.
En la iglesia tres mujeres y un hombre acomodan unas imágenes sin decir palabras, parecen mudos. Todo es silencio, el mismo silencio ensordecedor que reina allá fuera a la par del ardiente sol. No obstante, el poblado sigue su curso económico; de hecho, los únicos ruidos que se escuchan son los del mercadito improvisado en dos calles a la entrada del pueblo, dividido a su vez por la carretera federal. El San Luis La Loma alto y el de abajo. No podría haber otra separación más literal. Y si hubo algún escándalo, éste fue el de los mismos comerciantes cuando corrieron con sombreros y periódicos en mano a auxiliar a un compañero que se les desmayó debido a su diabetes.
En realidad parece que se tratara de un día de asueto o ni siquiera que haya ocurrido una matanza como la de este jueves, porque por ningún lado se ve un sólo policía, mucho menos una operación para dar con los sicarios que terminaron con las vidas de Judith Avila Ureña, Sonia Avila Ureña, Yaneli y Oralia Granados Avila. O para prevenir las secuelas inexorables. En cambio, miradas escrutadoras observan desde camionetas estacionadas en diferentes puntos del poblado.
Y el comisario, el comisario municipal Alberto Flores es en realidad una autoridad representativa que no oye ni escucha nada. Una estampa. Como él mismo lo dice, para evitar problemas. Es más, aunque es vecino de El Nene, asegura que el día de la matanza no oyó nada, y ni se hubiera dado por enterado de no ser porque unos niños que se dirigían a la escuela le avisaron. Lástima que tuvo que salir a otro asunto, así que las diligencias las hicieron el Ministerio Público y los peritos hasta que llegaron de Tecpan, la cabecera municipal.
Las escuelas sí reanudaron actividades suspendidas un día antes. Se notó por el grupo de unas 20 adolescentes con uniforme de secundaria técnica que fueron a dejar flores a su ex compañera, la hija menor de El Nene, que yace en un féretro de caoba, lujosísima la casa donde los cuerpos son velados por mujeres, niños y jovencitas blanquísimas y de ojos zarcos. Contrasta su fragilidad con el indeterminado número de hombres armados que dentro y fuera de la casa en luto, merodean y vigilan a cuanto extraño se asoma.
De fondo, los corridos norteños conforman mejor el cuadro. Pareciera una película de la tiempos mozos de Mario Almada. Es una película, nos insistimos para controlar nuestro miedo mientras un hombre con un AK-47 terciado nos interroga sobre qué deseamos. Luego de la identificación nos sientan en un estacionamiento de suelo bruto donde está la mayoría de la gente apoyando a los dolientes.
Pasan cinco minutos, acaso 10 –que sin embargo se hacen eternos– y una botella de agua ofrecida casi a regañadientes. Llega el comisario y un respiro. Enseguida entra El Nene. No hay necesidad de que nos lo señalen para identificarlo. Su personalidad es dura, y su vestimenta toda le resalta un garbo natural. Y en efecto es amable. Habla con una voz rasposa, pastosa a veces, pero tranquila. Nos pregunta cómo vemos la situación y no atinamos más que a decir que muy difícil.
“Yo no quiero esta guerra –dice–, pero niños y mujeres no se vale”.
–¿Usted sabe quién fue?
–Sí, sabemos bien –asegura pero no dice nombres y en un primer momento no se le insiste.
A menudo se le acercan hombres para mantenerlo al tanto de todo. “Viejo”, le llaman, aunque por el tono pareciera un cariño: “Viejo ya no hay tequila”, “viejo se necesita comprar refrescos”... viejo esto, viejo aquello y él reparte billetes de mil pesos como si fueran de 20.
–Aquí estoy, quien me quiera a mí que me diga, y como hombres nos arreglamos, pero no se hubieran metido con mi familia –añade.
Un par de muchachitos, 17 años acaso, se le acercan para hacerle peticiones. Los adolescentes llaman nuestra atención por los relojes de oro que portan y las grandes medallas que cuelgan de sus pechos con incrustaciones de pedrerío, acabado parecido al de las cachas que asoman indiscretas por entre los cinturones de la mayoría de los varones que entran y salen a toda prisa del estacionamiento, mientras otros hablan por radio o dan instrucciones por celular.
El Nene atiende, luego continúa con la charla: “Aquí los vamos a esperar; riéndome me rajo la madre con ellos. Como hombres, me la pelan”, –indica con aspavientos a la pregunta de si no temen que regresen.
–Qué le paren, qué le paren. Yo no quiero esto. Ellos también tienen hijos y mujeres y nosotros nunca nos hemos metido con ellos.
–Oiga ya se dicen muchas cosas de usted y de los motivos por los cuales ocurrieron los hechos –se le inquiere.
Se le nota cansado, el sudor de su frente se confunde con sus lágrimas. Se toma de dos tragos su cerveza en lata, sacude su nariz, y pide otra Modelo. Al momento se la traen. “No todo es cierto, algunas cosas sí, otras no”, responde parco. Luego interviene otro hombre mucho más joven –su hermano, después se sabe. “Fue Rogaciano (Alba Alvarez), –dice a pregunta expresa y a bocajarro. El cree que nosotros matamos a su familia (en los hechos del 3 de mayo en Petatlán) pero está equivocado. Rogaciano no cumplió en un negocio con otras gentes y ellos tomaron represalias, él sabe bien quién fue”.
–Y ustedes saben de quiénes se trata.
–Sí, nosotros también sabemos –afirma pero no da detalles y tampoco se le insiste.
–¿Entonces por qué el ataque?
–Porque quiere pleitesía, y no nos le vamos a hincar a ningún cacique.
El Nene asienta con la cabeza y luego se para a atender las labores propias del momento. Su hermano se queda por completo en la charla. “Los pistoleros llegaron cuando no había ni un hombre mayor en la casa, irrumpieron e hicieron la matazón. Mira, así como esa niña –señala con el índice a una pequeña casi transparente y de pelo rubio que platica sin pena en el patio–, así estaba la más chiquita de mis sobrinas, así de flaquita. No se vale. La de 19 años pues a lo mejor ya le tocaba, pero a la niña no”, insiste.
Cuenta algo que hasta ahora no se sabía: en realidad el día del atentado había cinco moradores en la casa: sus dos cuñadas y tres sobrinos, pero sólo mataron a cuatro porque el niño de 14 años se quedó atrás de la puerta “con un rifle en la mano”, esperando a ver si lo descubrían. No fue así. En cambio, escuchó todo, aunque no alcanzó a verlo con claridad.
–¿Seguro debe estar espantado?
–No, es duro como su padre –tercia el tío.
–¿Aquí anda, pudiéramos conocerlo?
–No, el no va a querer hablar.
Es medio día. A la 1:30 el cura llegaría para la misa de cuerpo presente, una ceremonia íntima. Sólo la familia. Se escucha en las pláticas de celulares que el entierro sería a las 5. Se confirma. Sí a las 5 de la tarde.
“Fue Rogaciano, él nos culpa de la muerte de su familia”: El Nene - La Jornada Guerrero