26 mayo 2008

Parte del campo, bajo control del "narco"

De acuerdo con el Tribunal Superior Agrario, de las 18.9 millones de hectáreas cultivables que hay en el país (cifras preliminares del Censo Agropecuario realizado por el INEGI en 2007), sólo 15 millones se explotan. Y de esos 15 millones, más de cuatro millones de hectáreas estarían dedicadas a la siembra de droga.

Es decir, que 26.7 por ciento de la tierra cultivable del país sería usada ya por narcotraficantes para que los campesinos siembren y cosechen estupefacientes: así, dos de cada diez hectáreas agrícolas laborables de México ya estarían en manos del narco, bajo su control. Especialmente aquí, en Guerrero, que ocupa el primer lugar nacional en producción de amapola y el segundo lugar en cultivo de mariguana.

La Procuraduría General de la República, consultada por MILENIO al respecto, negó que esa estadística sea “certera”. Altos funcionarios de la dependencia dijeron no contar con números “precisos” para contrastar tal información, pero afirmaron que es “mucho menos”.

Datos recabados por el académico Simón David Ávila Pacheco, en la Facultad de Estudios Superiores de la UNAM, ubican el problema muy por debajo de las cifras del tribunal: serían 30 mil las hectáreas dedicadas al cultivo de amapola y mariguana. Esto es, sólo 0.2 por ciento del total cultivable.

Los números del maestro en sociología rural son menores a los que guardan los archivos de la Secretaría de la Defensa Nacional: en el sexenio pasado, el Ejército erradicaba un promedio de 96 hectáreas por día de mariguana y amapola. Eran 35 mil 40 hectáreas al año. Así, el total de hectáreas detectadas y destruidas en el gobierno de Vicente Fox fue de aproximadamente 210 mil 240 hectáreas, suponiendo que lo exterminado durante esa administración correspondiera a diferentes sembradíos y no que un porcentaje de éstos formara parte de campos vueltos a sembrar. Esos 210 mil 240 hectáreas sólo supondrían 1.4 por ciento del total de la tierra cultivable, pero la cifra es enorme: dos mil millones 102 mil 400 metros cuadrados.

En lo que va del sexenio de Felipe Calderón (datos hasta el 22 de mayo), los militares han erradicado 30 mil 9 hectáreas de mariguana y 18 mil 466 hectáreas de amapola. Son 48 mil 475 hectáreas. A estos números hay que sumarle los terrenos que, por la dificultad de la posición geográfica en la cual se ubican, ha resultado imposible destruir y han tenido que ser fumigados: se trata de mil 584 hectáreas de mariguana y 716 hectáreas de amapola.

En total, el Ejército mexicano ha detectado 50 mil 775 hectáreas en este gobierno. Eso representa, aproximadamente, sólo 0.34 por ciento de la tierra cultivable del país, pero aún así, también es muchísimo: 507 millones 750 mil metros cuadrados de campos sembrados con estupefacientes.

El Tribunal Superior Agrario señala que casi una tercera parte de las entidades del país (nueve estados) tienen este problema (en lo cual coincide el estudioso de la UNAM, que lleva 30 años investigando temas agrícolas, y la PGR): Guerrero, Oaxaca, Michoacán, Chiapas, Chihuahua, Durango, Sinaloa, Sonora y Jalisco.

El número de personas dedicadas a esta labor es incierto. La Procuraduría Agraria estima en 5.6 millones el número de campesinos activos en el país. Ávila Pacheco señala que más de tres millones de éstos yacen en la “infrasubsistencia” (en la miseria, en el hambre), lo que ha llevado a “muchos de ellos” a dedicarse a esa actividad: al cultivo de droga.

Los censos agrícolas del INEGI tampoco han arrojado datos concisos: los campesinos dedicados a sembrar droga “ocultan o distorsionan” la información, según declaró a MILENIO —en octubre pasado— Gilberto Calvillo, presidente del instituto.

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Llegar aquí, a la mitad de este sitio que los guerrerenses llaman Filo Mayor, cumbrera con un promedio de dos mil metros —aunque en ciertos picos la elevación es de más de tres mil 300 metros de altura—, no es sencillo: se trata de tupidos bosques, de cañadas profundas, de laderas literalmente verticales, de barrancas profundas, de brechas pírricas, de veredas mínimas donde confluyen las sierras de varios municipios pertenecientes a la región de la Costa Grande de Guerrero: por ejemplo, las sierras de Atoyac, Petatlán, Tecpan de Galeana y Coyuca de Benítez.

Arribar a estos intrincados lugares es complicado no sólo para el reportero y el fotógrafo, sino para los militares mexicanos, encargados, durante extenuantes jornadas, de destruir los sembradíos. A muchos sitios serranos es imposible llegar por tierra debido a la espesura de la vegetación que hace confuso seguir una ruta correcta a pie. Y aun cuando la senda sea la adecuada, la pérdida de horas para trasladar caminando a la tropa, resulta excesiva para la logística de las Fuerzas Armadas.

Por eso, el Ejército y la Marina suelen optar por vuelos de reconocimiento para detectar los sembradíos. En ocasiones los helicópteros militares hallan un pequeño espacio para descender entre la abundante flora, pero la mayor de las veces los soldados y marinos deben descender desde el aire utilizando largas y resistentes sogas, haciendo lo que se conoce como rapel. Normal: los campesinos suelen escoger zonas empinadísimas para cultivar sus plantas prohibidas.

La labor de erradicación debe ser rápida y precisa, para evitar poner en riesgo la vida de los efectivos, que de cuando en cuando intercambian fuego con campesinos adiestrados y armados por los narcos para cuidar los plantíos, según explica un oficial de la Secretaría de la Defensa Nacional. Es una peligrosa y agobiante labor permanente, a veces frustrante: a veces los cultivos son destazados y al día siguiente las parcelas ya están de nuevo sembradas con las abundantes semillas de la droga.

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Pero, ¿quiénes son los campesinos que cultivan amapola y mariguana? ¿Dónde y cómo viven? Y, ¿qué dicen: por qué se dedican a esa actividad?...


Parte del campo, bajo control del <i>narco</i> | Milenio.com

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