04 octubre 2010

Cranberries en Acapulco, crónica de El Sur

Cranberries en Acapulco, un concierto lleno de remembranzas de los 90


Sol Vázquez 


Eran las 20:45 horas del sábado, la noche de un concierto que muchos tardamos años luz en esperar: el de los Cranberries. Todos los admiradores tempraneros se tomaban alguna bebida antes de ingresar a un forum ya iluminado con luces y monitores parpadeantes. Afuera, los vendedores de mercancía no oficiales esperaban pacientemente del otro lado de la banqueta a que el concierto terminara para empezar a ofrecer gorras, playeras y sudaderas, aprovechando la euforia de los asistentes para poder vender a 100 pesos una taza de cerámica con el nombre de la banda "para el recuerdo".
Eran las 21:30 horas y las puertas del forum se abrieron para recibir a una audiencia tanto de gente local como de turistas que visitaron el puerto para acudir al concierto. Nada estrafalario en los atuendos ni en los peinados, nada fuera de lo tradicional, se trataba de un concierto de rock pop dirigido a los llamados "adultos jóvenes", aunque algunos críticos han considerado que la banda, vendedora de más de 14.5 millones de discos, puede inscribirse en la tradición musical de los grupos alternativos o indies, entre otros apelativos que en realidad no importaron en cuanto la música empezó a sonar.
Así, el rasgueo de las guitarras con la melodía de Analyse arrancó la ovación del público que apenas y llenaba el primer nivel del recinto. Todo parecía sugerir una noche con un foro semivacío, pero Dolores O'Riordan, la vocalista de la banda irlandesa no se desanimó y empezó puntual. Nada de fanfarronerías típicas de una rock star, ni de pantallas gigantes ni despliegue tecnológico exagerado, nada de coros ni bailarines fuera de lugar.
Dolores intentó, en su incipiente español, ganarse a la breve turba pasiva, una turba que salió corriendo del trabajo (porque en esta ciudad también hay que trabajar los sábados para que el salario alcance) para cruzar toda la ciudad y alcanzar a escucharla cantar. Está contenta, se le nota descansada, bastante repuesta de su habitual look frágil y enfermizo de hace años.
Ahí, bajo el excelente juego de luces que apareció en su presentación, la mujer de los arándanos parecía un hada sombría, con su eterno color de piel blanco espectral, el cabello corto y grafilado. Castañísimo. Dolores, la de la voz melodiosa y desgarrada, apareció ataviada con un minivestido de lentejuelas negras ceñido a su cuerpo y que brillaba bajo las luces de los reflectores. Sus botas a media pantorrilla y un largo abrigo de piel negra completaban el atuendo entre gótico y grunge que siempre la ha caracterizado.
"¡Acapulco, how beautiful is this city, with all it's beaches and the nice people…!", saludó el hada, con esa voz que está intacta a pesar de los años, del estrés, de las drogas, la anorexia y los excesos; en fin, esa voz que sigue teniendo la habilidad de cambiar el timbre de un ángel para convertirse en un demonio al que están exorcizando cuando se trata de una canción con una línea vocal desgarrada.
El escenario no tuvo necesidad de convertirse en un circo. El talento y la evidencia del trascendente trabajo musical de The Cranberries se consolida con el paso de los años. Los hermanos Noel y Mike Hogan, en la guitarra y en el bajo respectivamente, junto con Fergal Lewler; el baterista de la agrupación, amalgaman sus talentos y demuestran que el grupo se mantiene vigente a pesar de los altibajos profesionales y personales que sus integrantes han sufrido durante las casi dos décadas que llevan en la escena musical.
Dolores se deshizo del abrigo y tomó una guitarra blanca electroacústica, que hacía juego con el blanco de su piel, mientras interpretó Linger, rola de su primer álbum, Everybody else is doing it, so why cant'we?, para posteriormente hacer mención de la nostalgia sentida al estar lejos de la familia y completar lo dicho con Ode to my family, This is the day, I can't be with you, las dos primeras difícilmente coreadas por un público que no lograba alcanzar el timbre de la voz de esta mujer que cantara hace años con Luciano Pavarotti en el concierto benéfico para los niños de Bosnia; mientras todo esto sucedía en el escenario, el público al fin logró ocupar casi todos los lugares de la sala de conciertos.
La noche transcurrió a gran velocidad, pero Dolores parecía no sentir el calor de las luces ni el peso de las tres guitarras que cambió durante su interpretación de rolas como Free to decide, Shattered, Just my imagination, Forever yellow skies, Electric blue, Ridiculous toughts. El hada tomaba agua discretamente, bailaba y agradecía con una reverencia al público que la acompañaba esa noche y en cada una de sus desapariciones tras el escenario generaba un "no" desesperado. Nadie quería dejarla ir. Los gritos, suspiros, lágrimas, piropos y taquicardias se veían recompensados cuando después de un largo solo de guitarras de los hermanos Hogan, Dolores apareció una vez más para interpretar una de las canciones más emblemáticas del rock alternativo de los noventa en el mundo: Zombie.
Vestida como una princesa griega, completando su tocado con un sombrerito muy de los 40, con plumas y lentejuelas negras, guantes de gasa negra transparente, un enorme cinturón negro en su cintura y dejando una estola violeta rodeando el pedestal de su micrófono, Dolores tomó su guitarra eléctrica, comenzó a tocar la distorsión melancólica tan particular de la memorable pieza musical que fuera parte del repertorio de muchas bandas de covers en la industria del entretenimiento en Acapulco.
"¡Dolores, hazme un hijo!", gritaban dos hombres que ya rebasan los 30, porque parece que los años no pasan por ella. Su voz nunca se quebró, ni siquiera cuando tuvo que cantar una de sus canciones como solista, Protection, para continuar con las distorsiones de Salvation y terminar, en un segundo clímax musical con la también bastante conocida canción de Dreams, que también los posicionaría como una de las bandas más exitosas de la década de los noventa. La cantante repartió rosas y saludos en las primeras filas de la audiencia y de quienes recibió una bandera mexicana a la que ondeó con fuerza.
La cantante se despidió y no volvió ya más al escenario. A muchos les pareció un concierto breve pero lleno de remembranzas y nostalgia. La obscuridad al final del show se tragó los ojos de esa mujer que cubrió alguna vez con su rostro las recámaras de una generación noventera adolescente, una tribu que se dijo alguna vez "rockera" y que se reunía de nuevo a recordar ese Acapulco en se podía soñar con ser alguien en la música; ese tiempo en donde creíamos que "la salvación era gratis", como bien lo dijo Dolores en algunas de sus canciones; la mujer que demostró que sigue siendo el hada de la voz cristalina a pesar de los años y de la violencia en la que vive un país de generaciones que no la olvidan.


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Juan José Belmonte Torres

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