fue que en pantalla se manejó una esquela de la muerte de su
corresponsal en Acapulco por aproximadamente dos décadas, Amado
Ramírez Dillanes.
Sólo una esquela y después una entrevista que sale sobrando porque los
funcionarios siempre responden lo mismo y en donde el conductor no es
quien para exigir justicia o celeridad a las investigaciones.
Después presentaron la última nota que envió y terminando no se van a
un corte en silencio, como se estila hacer cuando muere alguien
importante para una televisora. De ahí mandaron a otras notas
relacionadas con la temporada vacacional, muchas de ellas chuscas.
Nada de su semblanza, de la cobertura sobre la guerrilla, el
narcotráfico, los huracanes, el turismo, nada para decir que Amado
Ramírez no era el simple corresponsal de Televisa con su cámara, sino
que logró armar un equipo de camarógrafos y reporteros trabajando al
servicio de Televisa, quien, al momento de su muerte, dio prioridad a
los Vía Crucis que se repetirán año con año per secola seculorum,
antes que informar y opinar (cosa que nunca hicieron) sobre la muerte
de su corresponsal en Acapulco.
¿Qué tal si su muerte tuvo que ver con lo informado como parte de su
trabajo periodístico? Hay versiones en el sentido de que antes de
matarlo le reclamaron el no haber hecho caso a las advertencias de no
informar sobre determinado asunto.
Consta a la prensa guerrerense que Amado Ramírez sacrificó mucho por
su trabajo. Familia, descansos, salud… sabemos quién era, porque
además de conocer su trabajo con muchos trabó muy buena amistad razón
por la cual lo que se conoce de Amado trasciende su trabajo en los
medios.
En lo personal no tuve mucha relación con él, alguna vez me invitó a
colaborar en Televisa pero me advirtió de la carga de trabajo, muestra
de su empeño por dedicar tiempo y esfuerzo a dicha empresa que, a la
hora de su muerte, sólo le dedicó una esquela, una entrevista
impersonal y el minuto con veinte de su última nota. Descanse en paz.
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Juan José Belmonte Torres
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