12 septiembre 2006

Indígenas en la indigencia. Parte II

 

Gustavo Martínez Castellanos

Mentiras de la administración de Félix Salgado Macedonio

Las sucias maniobras de Fabiola Vega impiden que el presidente Fox se entere de esto.

(Segunda de tres partes)

Pero una semana antes de vacaciones de verano, el 26 de junio, volvieron a desalojarlos, esta vez no hubo violencia porque la vez anterior los indígenas habían levantado una denuncia ante Derechos Humanos.

Nuevamente fueron al Ayuntamiento y los trajeron dando vueltas, porque ahora el asunto tenía que resolverse con la mediación del secretario general del Ayuntamiento, Daniel Ríos y él se negaba a recibirlos. El regidor Efraín Dorantes los ayudó nuevamente, los llevó con Félix y Félix los regresó con Daniel Ríos. Daniel Ríos se enojó muchísimo porque él ya había ordenado que no habría permisos "para nadie". Pero Félix les otorgó otro permiso por temporada y los indígenas trabajaron las dos últimas semanas de Julio, entonces Margarita fue a ver a su padre agonizante. Pero volvieron a levantarlos, ellos pidieron que los dejaran trabajar hasta el día 21 de agosto y Ludwig aceptó. El día 21 les dijo: "Denme un fin de semana para reubicarlos, dejaremos que se pongan en los accesos de playa, les pondremos todas las facilidades" y ya no los dejaron trabajar.

Las negociaciones duraron quince largos días, el regidor Efraín Dorantes los llevó a una sesión de Cabildo, Félix los recibió a regañadientes.

Enir relata: "El jueves 31 nos dijo Félix: 'denme hasta el sábado, les daré lugares' pero nadie llegó a la cita, a las 4:00 me habló por teléfono el licenciado Javier Osorio Jurídico de Vía Pública: 'Vente urgentemente a la plaza Politécnico'. 'Lo siento —le respondí— no puedo mover a la gente así, todos viven en lugares diferentes' 'entonces nos vemos a las 7:30 con toda tu gente a la plaza Politécnico'. Pero no fuimos todos, llegamos a las 7:30 y a las 10, después de que nadie fuera, nos regresamos al zócalo".

"El domingo decidimos hacer una comida comunal. El lunes fuimos a ver al alcalde pero no nos recibió y a las 5:30 regresamos al zócalo y montamos el plantón".

Antes de eso hubo una reunión en la Sala Hornitos con el señor Rodolfo Echeverría, representante de Xóchitl Gálvez, de la Secretaría de Asuntos Indígenas del gobierno Federal, en esa reunión estuvo Fabiola Vega Galeana quien antes de que empezara la reunión dijo que todo estaba bien con los indígenas, que se le iban a mejorar sus condiciones de vida, sus colonias, que se le iba a ayudar en la escuela de los niños y en sus personas.

Los indígenas le llamaron mentirosa le exigieron que no mintiera, que los artesanos tenían 15 días sin trabajo, que el alcalde no había cumplido su palabra.

Rodolfo Echeverría se comprometió a visitar los lugares donde los indígenas viven para ver si era cierto lo que ellos decían o lo que Fabiola decía, pero Fabiola se lo impidió; inclusive que visitara el plantón.

El profesor Eusebio Coronel, encargado de la Unidad Municipal de Asuntos Indígenas habló con los plantonistas: "Fabiola está haciendo tiempo para que Echeverría no vaya para allá donde ustedes están", les dijo. Había un plan de trabajo pero no se cumplió. A las doce de la noche estaban Ludwig Marcial Reynosa y Francisco Rodríguez Cisneros en el zócalo esperando al enviado de la presidencia de la República, pero sólo llegó Eusebio Coronel a darles la mala noticia: "Echeverría ya se fue a México, no va a venir a vernos"

El martes 05 de septiembre regresó Ludwig Marcial Reynosa a tratar de convencerlos de que levantaran el plantón. "Fue muy chistoso —comenta Enir—, se puso de pie entre ellos y les dijo: 'los que quieren un buen lugar para vender, que me sigan' echó a andar y se fue solo, los artesanos ni se movieron. Francisco Rodríguez Cisneros prometió a uno de los dirigentes que le daría una carreta si traicionaba a sus compañeros, pero el dirigente no aceptó", finaliza Enir.

Los niños juegan alrededor de nosotros. El zócalo se está quedando vacío. Ya pasaron dos elementos de vía pública, saludaron a los plantonistas, platicaron un rato con ellos y luego se marcharon. A contra luz con el alumbrado público no se distingue quién es quién, es lógico, ambos pertenecen al mismo pueblo, sólo el gobierno los confronta. Las mesas de los restaurantes aledaños se van quedando vacías. Sólo algunas tienen parroquianos. En una de ellas, cómodamente sentados  platicando, disfrutando de una suculenta cena se encuentra un grupo de personas que dicen dedicarse al arte, sin especificar a qué tipo de arte, Enir los mira, bañados, cambiados, frescos. Tranquilos. Al terminar sus alimentos ellos se irán a casa y dormirán en colchones mullidos y tal vez hasta con aire acondicionado, sin el calor sofocante que viene del mar en un sopor salino que quema la piel aún de noche.

"¿Los conoces?" le pregunto. "Sí —responde mientras fuma y los mira fijamente—, son los miembros del Consejo Consultivo de Cultura que Fabiola creó para destruir a la profesora Aída Espino, ellos me pidieron que me les uniera para cansar y sacar a la profesora Aída de la dirección de Cultura, me prometieron de todo y como no les seguí el juego me mandaron al diablo; ahora, cada noche del plantón vienen a sentarse ahí, a mirar como sufre mi gente y a burlarse de nosotros que comemos frijoles y a veces no tenemos ni agua para beber".

"Bueno, así se hace historia ¿qué no?" le digo para reconfortarlo pero creo que Enir ya no me escucha.



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Juan José Belmonte Torres
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