Mentiras de la administración de Félix Salgado Macedonio
Las sucias maniobras de Fabiola Vega impiden que el presidente Fox se
entere de esto.
(Primera de tres partes)
Gustavo Martínez Castellanos
El zócalo como espacio abierto a todos da cabida a estos indígenas que
a esas horas de la noche, cenan frijoles hervidos y arroz blanco. Sin
condimentos. Mientras ellos hacen guardia en las penumbras, sus hijos
corretean por la plaza como lo harían en sus comunidades y pueblos,
libres hijos de la tierra. Uno que otro pequeñín se aventura a salir
de las inmediaciones de la plaza pero afortunadamente algunos
ciudadanos concienzudos los regresan al redil, aunque a veces
molestos: "De quien es este niño", dice una voz muy especial, "anda
hasta por allá, se lo pueden robar", es el periodista y catedrático de
la Universiada Pedagógica, Misael Habana de los Santos, quien de
seguro hace su rondín periodístico, también.
Lo saludo, me saluda. El se va y yo continúo entrevistando a Enir Agís
Araisa, único "mestizo" entre esa tribu indomable de razas y
comunidades indígenas que pacientemente han esperado a que el gobierno
municipal deje de hostigarlos y les cumpla la promesa hecha de viva
voz de permitirles vender sus mercaderías. Espera que se ha alargado
en una extenuante semana en plantón. Plantón que el alcalde ha
intentado deshacer con declaraciones periodísticas y con agentes de
gobernación y vía pública.
"En este plantón hay un 85% de mujeres y el resto son indígenas
ancianos y uno que otro mestizo", dice Enir Agís, uno de los líderes
del plantón.
"Estos indígenas elaboran artesanías para sostenerse y sostener a sus
hijos y otros familiares que dependen de ellos. Elaboran el barro
pintado, la piel, collares de cuentas, la filigrana. Sus familias
hacen las pieles, las ollas y las jarras allá en sus comunidades y
desde allá las traen sólo Dios sabe cómo para ornamentarlas aquí y
para venderla aquí, porque allá, no hay trabajo, hay mucha miseria,
hambre y enfermedades. Si ellas no venden aquí, la gente se les muere
allá.
"Los collares y la filigrana los elaboran en sus casas. Viven
hacinados en cuartos ínfimos y sin servicios, duermen y comen en el
piso, cocinan en anafes, todos rentan en barrios como La Guinea, Lerdo
de Tejada (sic), Praderas de Costa Azul".
"La gente que nos ve en el plantón les ayuda trayéndoles víveres, tal
vez como una inercia de la solidaridad con los plantones del D. F.
Pero los indígenas no aceptan todo lo que la gente les trae, no
consumen pizza, hamburguesas, pollo Kentucky pues se enferman, les dan
diarrea, cólicos".
Sus organismos, aunque parezca increíble, aún no aceptan esos
elementos de la modernidad. Sin embargo, aceptan gustosos el arroz,
los frijoles, las tortillas y la masa que les dejan algunos
caritativos ciudadanos. La gente los ve con amor, los apoya, firma sus
desplegados y los anima en la lucha aún a estas horas de la noche:
"¡Adelante!", les gritan. "No se dejen".
Niños discriminados
"Existe una enorme población infantil en este plantón", dice Enir
después de que regresa de haber atendido a unas personas que quieren
solidarizarse y quieren firmar sus pliegos. "Hay 85 niños en edad
escolar, desde la pre primaria hasta el bachillerato. La mayoría no ha
podido reingresar a la escuela en este ciclo escolar porque sus padres
no han tenido dinero para la inscripción, para los útiles, para los
uniformes para los zapatos. Hay gente que no cree que exista aún la
discriminación en México, pero en algunas escuelas ven a los niños con
rasgos indígenas y no los quieren aceptar y para no dejarlos entrar
les dicen que deben llevar zapatos, no huaraches, y sus padres tiene
que partirse el alma trabajando más duro para comprarle zapatos al
niño y pueda estudiar".
Muerte y miseria (y viceversa)
"Algunas de estas mujeres debe enviar dinero a sus familias a sus
comunidades porque sus hijos se han quedado allá", dice Enir y es
imposible no pensar que estos indígenas vivan como ilegales en su
propio país. O más bien dicho, en el que hace más de quinientos años
era su país y que ahora, ningún gobierno nacido de la Revolución, ya
Institucional ya Democrática, les haya podido restituir.
"Margarita Cipriano Iglesias, enviaba dinero inclusive para la
convalecencia de su señor padre, un hombre muy viejo y muy enfermo.
Cuando le avisaron que había empeorado, se fue a su pueblo a pasar sus
con él sus últimos días, triste por no haber podido reunir los ocho
mil pesos que le pedían en un hospital de Acapulco para atender a su
padre. El pobre hombre, finalmente murió, Margarita se endeudó para
enterrarlo y para poder regresar a Acapulco. Cuando finalmente estuvo
aquí se encontró con que ya no podía vender sus mercancías, el
ayuntamiento presidido por Félix Salgado Macedonio le canceló esa
posibilidad de vida. Margarita tiene una discapacidad que consiste en
que sus brazos y cuello están sólidamente soldados al tórax. No puede
mantenerse ni mantener a los suyos de otra manera, sólo vendiendo y
ahora ni eso. Al igual que todos los artesanos en el plantón que no
tienen otro tipo de ingresos y cuyos hijos andan vagando por las
inmediaciones del zócalo pues al día siguiente, y es posible que hasta
el mes siguiente, no haya escuela para ellos. No hay dinero para los
útiles y los uniformes, pues ni siquiera hay dinero para comer. Ellos
no sabrán jamás que los Niños Héroes serán celebrados por su
sacrificio la próxima semana.
Buenos para desalojar
Ellos vendían en el malecón. Ahí extendían sus rebozos y sus petates y
ofrecían sus humildes productos a los transeúntes ya los turistas pero
un viernes de abril anterior a la semana santa a las 6:30 p. m.
llegaron el subsecretario General del Ayuntamiento Ludwig Marcial
Reynoso y el director de Vía Pública con todos los elementos de vía
pública y de protección civil, eran aproximadamente 70 aguerridos
funcionarios que si estuvieran debidamente entrenados y armados no
hubieran sido tan fieros en el combate a la delincuencia organizada,
pero que si lo fueron contra indefensas mujeres indígenas que
desesperaban por proteger a sus hijos y sus mercancías. A prudente
distancia, estacionadas dos camionetas de la Policía Preventiva, sí,
los mismo efectivos que ante las balaceras de los grupos delictivos
hacen oídos sordos y esconden sus flamantes R15, recién compradas con
el dinero del pueblo; ahora, relucientes a los destellos del sol de
primavera.
La única mano del gobierno que si se siente
"Ya no va a haber permisos para vender aquí, les dijeron. "El alcalde
nos dio otra cosa y nos firmó un documento", replicaron ellos pero
cuando enseñaron el documento "firmado" por Félix Salgado Macedonio,
pudieron darse cuenta de que al alcalde se le "olvidó" estampar su
firma y tuvieron que claudicar.
Al otro día fueron al ayuntamiento y ahí a través del regidor Efraín
Dorantes pudieron accediera la presidencia porque Félix no quería
recibirlos: "Ustedes no son de aquí", les dijo el alcalde. "Somos
mexicanos", replicaron los líderes. Entonces el alcalde se dirigió a
los indígenas: "No se dejen manipular por gente de fuera que viene a
abusar de ustedes", los indígenas ni pestañearon. Ante esta actitud
propia de nuestra gente, el alcalde cedió y les permitió trabajar en
Semana Santa y una semana después con leves roces a cargo de Carlos
Quintana, funcionario prepotente de Vía Pública. (continuará)